Memorias de un convicto arrepentido

Memorias de un convicto arrepentido

2021/03/09 a las 9:00 AM 0 Por Jorge Ampuero V-especial para Conexión Noticias EC

A John R. el destino nunca le consultó nada. Si lo hubiera hecho, al menos se habría evitado las 15 puñaladas, 5 balazos y 22 encarcelamientos que marcan su historial. Pero no lo hizo y ahora, a sus 52 años, su vida es un catálogo doliente de lo que no se debe hacer. Él se justifica desde una esquina de las calles Vacas Galindo y la 23, suburbio oeste de un Guayaquil que, a las 3 de la tarde, le falta poco para hervir con gente y todo.

«Estudié solo hasta el segundo año, porque allí fue que murió mi mamá. Me fui de la casa y me junté con otros amigos vagos«, dice John sentado en un cartón que le sirve de colchón. En su rostro se intuyen tantos desatinos que no sabe por dónde empezar.

Con una barba de varios meses y una melena crecida al descuido, como la hierba que ha crecido con las últimas lluvias, asegura que comenzó robando cajas de tomate en el mercado de la calle Pedro Pablo Gómez, cuando la «Cachinería» acogía gustosa todo lo que pudiera robarse en esos lares.

Luego fueron más asaltos, con sangre incluida, y la dosis de droga precisa para desafiar a la muerte en muchas ocasiones, como cuando lo obligaron a meterse en una canasta metálica de basura y le dieron tres balazos.

RECUERDOS DE VIDA Y DE MUERTE

«Fui a dar a la chamba desnudo –el viejo botadero de la San Eduardo, ¿se acuerda?-, pero de allí salí envuelto en cartones, en pelota, apestosísimo. Cuando la gente del barrio me vio llegar se pusieron moscas, porque pensaban que era un fantasma el que veían, pero era yo mismo», comenta John. Desde entonces, agrega, le pusieron «Cara de muerto». También lo conocen como el «Loco John”.

Estando en esas andanzas, a los 18 años «pagué mi primera cana, en la antigua Modelo; primero en el SIC (el desaparecido Servicio de Investigación Criminal), luego pasé a las tumbas… ahí sí la vi negra».

Las «tumbas» -también conocidas como “La Lagartera”- eran una especie de altillo donde los presos, aún sin sentencia, estaban casi uno que encima de otro, pero de forma horizontal.

Tal era el grado de degradación que, muchas veces, para que los policías no los estropearan, se embarraban con excremento. Había que limpiarlos con mangueras para poderlos someter. Allí conoció a la «crema y nata» del hampa, desde violadores hasta asesinos, la mayoría muertos en su propia ley.

El Centro de Privación de Libertad No. 4, en Guayaquil, también acogió a John. Foto: SNAI

En total ha estado 22 veces en prisión y no ha habido centro de detención que se le haya escapado, empezando por la Modelo, la Correccional, el Hogar de Tránsito, la PJ, la vieja Penitenciaría y hasta la Regional, de la que salió hace 3 años porque «cuando no hay quién lo achaque, uno entra y sale».

«En la Peni pagué casi cinco años por el asesinato de un policía en 1987. Me querían dar 16 años por ese crimen y 12 por narcotráfico, pero solo pagué casi cinco. Mi hermana me ayudó bastante, fue la única que vio por mí cuando estuve guardado«, cuenta mientras cierra los ojos negrísimos, en donde ya no hay ninguna posibilidad de asombro. Mira como con desprecio a su alrededor.

«Lo que sí le digo es que me arrepiento de todo lo malo que he hecho, aunque la muerte de ese policía se dio en medio de una trifulca. Yo había ido a comprar marihuana y en eso llegó el tombo, que era mala gente, le gustaba batracear a los demás. Entonces un man le lanzó una roca en la nuca, cayó al suelo y lo remataron a tiros».

En ese tramo de la historia John se queda en silencio, como si quisiera confesar lo inconfesable. Alguien lo saluda en voz alta por su apelativo más conocido -el que lo vincula con la muerte- y él completa la historia con un «de quince que estábamos caímos cuatro… Ese man era mala gente».

CICATRICES

Se levanta del suelo donde ha pasado la noche y, como para graficar su historia, muestra las cicatrices de su cuerpo, en especial una que le divide el abdomen en dos hemisferios; otra que le dañó un riñón para siempre y un par de tatuajes que le recuerdan a su madre y a su hermana.

Las cicatrices son las huellas que la vida ha dejado en la piel de John R. Fotos: Jorge Ampuero / Especial para Conexión Noticias Ec

También tiene una bala en la pierna izquierda que no se la ha podido sacar y que piensa dejarla allí como recuerdo de esa vida de 52 años que parecen un siglo, y que no solo dejó su reguero de maldad por el Mercado, sino por el célebre callejón Ximena, por el cerro Santa Ana y por el suburbio, en donde no pocas veces estuvo a punto de ser linchado por el populacho, ya que, incluso, obligado por el vicio, les robó a ancianos y mujeres.

«Ya estoy viejo, pero estoy limpio. Antes no me faltaba mi trueno para joder a cualquiera, pero ahora ando así… No me meto con nadie…Cuido los carros en el taller de Zapatón y me gano cualquier cosita por allí».

Pronto caerá la noche y John R., el «Loco John» o «Cara de Muerto», quien nunca tuvo hijos ni se casó, debe buscar un lugar en donde la lluvia que promete caer en breve no se porte tan mal con él…Al fin y al cabo, asegura, ya pagó todas sus culpas.

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